HORACIO ROSATTI PRESIDENTE DE LA CORTE SUPREMA DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

HORACIO ROSATTI, HABLÓ SOBRE SU RELACIÓN CON ALBERTO FERNANDEZ Y CON EL GOBIERNO NACIONAL.

 

La Corte es una cabeza de poder, simbolizado con la espada. El Poder Judicial es un poder, no un contrapoder. No tenemos un mandato oculto de la sociedad que hace que podamos ejercer una legitimación para oponernos a lo que no nos gusta. Contamos con el poder de declarar la inconstitucionalidad de leyes y reglamentos que hacen los otros poderes. En ese punto nos tenemos que manejar con equilibrio y prudencia. Es difícil. Muchas veces uno firma una sentencia con convicción y al mismo tiempo preguntándose si habrá hecho Justicia. En la Corte no vemos el caso, a las personas, los testigos, la prueba. Nos enfrentamos a un expediente. Somos un tribunal de tribunales, no de casos. Uno tiene la conciencia tranquila de haber actuado conforme a sus criterios, si realmente le dio la razón a quien tenía que dársela. Muchas veces, uno queda con esa duda.

—¿Eso genera angustias, más allá del fallo? 

—No me genera angustia. Disfruto. Hay gente que padece los cargos públicos. Sobre todo los de mucha relevancia. Voy contento a trabajar cada día. Para un profesor de Derecho Constitucional, haber sido convencional constituyente, contribuido a reformar la Constitución de un país y ser ministro y presidente de la Corte es la consecución de sus deseos.

¿Cuánto de político y cuánto de jurista debe tener un presidente de la Corte?

—No hay que olvidar que el nuestro es un tribunal de Justicia; pero es distinto a los otros, dado que es la cabeza de un poder del Estado. El juez de la Corte y el presidente de la institución tiene otras responsabilidades. Se debe medir bien cuándo habla y con quién. Doy muy pocos reportajes. Debo hablar cuando tengo algo para decir. Si no, no hay que hablar. Aquello de que el juez habla solamente a través de sus sentencias fue indiscutible hasta los años 70 u 80. Hoy se debate. No creo en las cortes mediáticas. Nuestro fuerte son las sentencias. Aun así, cada tanto hay que decir algunas cosas: hablar, esclarecer, qué vemos mal de nuestro propio poder. Las sentencias deben intentar explicarse por sí mismas. Tener lenguaje claro. Que la gente las entienda. No hay que salir a explicarlas. Sí hay que explicar el contexto y la situación.

En un discurso a los graduados de Derecho de la Universidad Austral, dijo: “Deben separar lo contingente de lo permanente. Ustedes han estudiado contenidos, leyes y decretos que después de una cierta cantidad de años pueden estar derogados. Eso forma parte de lo contingente, pero también han aprendido principios y valores que forman parte de lo permanente”. ¿Cómo definiría “lo permanente de la profesión” para un presidente de la Corte?

—Hay un amigo que lo hace: las leyes se encuentran en internet, lo que no se consigue allí son los principios. Las leyes se derogan y modifican, al igual que los decretos y las resoluciones. Un estudiante de Abogacía tarda cinco años en recibirse si hace una buena carrera. Las normas que estudió en el primero pueden haber sido derogadas varias veces. Pero hay algo más profundo, que son los principios, los valores. Lo que permite interpretar cualquier contenido. Una suerte de conformación de un sentido común jurídico que se adquiere con el tiempo. Los buenos profesores ayudan, al igual que leer a los clásicos. En el derecho no es muy diferente que en la vida. Uno aprende, ya de viejo, que las cosas importantes son dos, son tres. Cuando joven, cree que son 435. Lo que queda es lo relevante. El principio de no dañar a otro, tener siempre en cuenta la perspectiva del más vulnerable. Se van estudiando en la facultad mezclados con contenidos. De lo que se trata es de discernir contenidos.

—Suele afirmarse que para ser un muy buen periodista hay que ser más que periodista. En Columbia es una carrera de posgrado: se debe ser primero abogado, sociólogo, economista y luego hacer periodismo. ¿Para ser ministro de la Corte, y más aún presidente, hay que ser más que abogado? Acaba de recibirse de doctor en Historia y su tesis doctoral es “Historia sobre el lenguaje de la Corte a través del análisis de 386 sentencias dictadas entre 1973 y 2002”. Se convirtió en doctor en Historia magna cum laude, con los más altos honores. 

—Es muy importante formarse en historia y política. Y si se pudiera en filosofía, tanto mejor. Historia del país y la ciencia política.

—Volver a la universidad a los 65 años y siendo presidente de la Corte y presentar una tesis debe ser inusual.

—Se ve así desde afuera. Para mí es normal. Pensaba hacer tres doctorados. No pierdo las esperanzas: Derecho, Historia y Filosofía. La vida me llevó por distintos caminos. Me falta Filosofía. Seguro será Filosofía Política. Tengo decidido el tema. Rescato la formación previa no jurídica de un juez. Cuando tuve que defender el pliego en el Senado, recuerdo la alocución del ex senador Ángel Rozas, del Chaco, que elogió la formación política de un candidato a juez de la Corte: haber estado en la función pública con importantes responsabilidades. Rescató la figura de Juan Carlos Maqueda, que tenía una importante trayectoria. Veo lo importante de esto en la actuación de los jueces al interior del tribunal. Son personas que tienen algo más, un plus, una vivencia que les permite trabajar con las ventanas abiertas. Es muy común trabajar con la ventana cerrada en los tribunales; hay que abrirlas hacia la realidad.

—¿Cómo explicaría el “bilingüismo jurídico”?

—Cada ciencia tiene su lenguaje. Uno habla con alguien y percibe que es arquitecto, bailarín o lo que fuera. Pero el derecho no es solo una ciencia, es un instrumento al servicio de la convivencia pacífica. La comunidad debe entenderlo. Comprender qué dice una ley, una sentencia. Nos definen lo permitido y lo prohibido, que rige para todos. Es mucho más que una ciencia. De ahí, la relevancia de no caer en el bilingüismo, un fenómeno de diglosia. Hay un idioma que algunos entienden y otros no.

—¿Es un oscurantismo deliberado?

—Seguramente. Que sea un saber que circula entre pocos. En otra época era lo natural. Ahora ya no. Las reglas sobre lo permitido y lo prohibido cambiaron muy rápidamente.

—En un texto en homenaje a otro miembro de la Corte, al fallecido doctor Fayt, cuyo título es “El Poder Judicial y la política”, usted escribió: “En los últimos tiempos, nuevos factores: la desacralización de la figura del juez y la creciente intervención de los medios de comunicación en los procesos judiciales, para citar dos de los más relevantes, se han agregado a otros de más antigua data, como la modificación del paradigma de sociedad y de Estado, la crisis de representatividad de los órganos electivos, tensando aún más la relación”. ¿Cuál es el vínculo hoy entre ciencia jurídica y política?

—A diferencia del político, el juez se maneja en un margen de acción limitado, 10 grados, 15 grados. El político cuenta con 180 grados. Todos tenemos como techo la Constitución, pero el político después se maneja conforme a su percepción, ideología, formación y plataforma de su partido. Un amplio espectro. El juez no. El juez tiene la Constitución y después las leyes. Dentro de las leyes, hay un margen muy acotado para interpretar. Uno puede ir un poquito para un lado o para el otro. Uno estaría tentado a decir que el político es el pintor de brocha gorda y el juez es el fileteador: se maneja en un rango mucho más estrecho.

—Quiero citar una parte de su libro “Derechos humanos en la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia”: “Política y derecho son ciencias sociales, pero la lógica silogística del juez parece más ligada a lograr certeza o exactitud, típicas de las ciencias naturales, y la lógica del político se acerca más a la falta de exactitud o certeza, típica también de las ciencias sociales. La lógica del juez es ver el conflicto como una patología. En tanto, desde la política se percibe el conflicto como una condición normal de convivencia, como una muestra de salud. El político se parece al navegante. El juez es el médico que es convocado para solucionar una patología y debe aplicar el remedio para curar la enfermedad”. Usted fue médico y navegante.

—Ahí uno se da cuenta de las diferencias. En política, el disenso es casi una muestra de salud. Cuando en el Congreso se vota una ley, nadie diría que los que triunfan son quienes tienen razón y los otros no. El criterio es que son mayoría. En cambio, en el derecho, cuando el juez dice: “Esta parte ganó y ésta perdió”, afirma: “Aquí hay razón y aquí sinrazón”. El Congreso produce leyes, pero no leyes físicas como la de gravedad. Podríamos derogar la ley de gravedad en el Congreso y seguiría rigiendo. Es una ciencia social, es diferente. El criterio del juez es si alguien tiene razón o no; alguien violentó el derecho, alguien lo cumplió. Por eso hablamos de orden jurídico. Para nosotros es fundamental restablecerlo. Es la metáfora del médico: recobra el orden. Hay una enfermedad: volvamos a la salud. El político lidia permanentemente con el conflicto. No preocupa que lo haya. Se entiende bastante fácil cuando uno está en ese mundo: lo aprendí en mi paso por la política. Es como que viene un caballo al galope y a uno lo tiran arriba del caballo y debe empezar a galopar. El juez tiene otro tiempo, otra metodología. Se esperan de él otros resultados.