
“Ocupate, Dieguito, de mantener la unidad”, le dijo Mauricio Macri a Diego Santilli en la última reunión que compartieron. “Me ocupo, ¿alguna vez te fallé?”, fue la respuesta. El pedido tuvo como base un punto clave para la alianza opositora: el PRO y la UCR se necesitan mutuamente, la elección radical a nivel país planteó una paridad de acciones societarias y la posibilidad de poder hoy muestra a la coalición como un bloque ordenado cuyas fisuras, que seguramente surgirán con las internas presidenciables, podrían mostrarse recién el año que viene. Es que el partido centenario entendió que no sólo puede disputar una PASO de igual a igual, sino que también puede ganarla.
El mapa del 12 de septiembre no mostró, a diferencia de las fotos del día después, un territorio amarillo. La Argentina se pintó de celeste para el Frente de Todos, de rojo para el radicalismo y, en menor medida, del color de los patitos para el PRO. Ese juego de fuerzas será el que se pondrá en discusión camino al 2023 pero no ahora. En Buenos Aires, Facundo Manes arrasó en la mayor parte de la provincia, especialmente en el interior productivo, pero Santilli se quedó con el populoso conurbano, lo que le bastó para plantarse como primero pero no como la única figura a mostrar para las elecciones de noviembre.
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